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miércoles, 19 de octubre de 2016

Los libros que leí (y me salvaron) cuando lo dejamos

Son las ocho y media de la mañana, suena el despertador y te tienes que levantar. Sigues medio dormida, eso significa que todavía no eres capaz de recordar el motivo por el que ayer te dormiste nerviosa, preocupada y triste. De repente el mundo real cae ante tus ojos como una pesada losa, como un puñetazo que no eres capaz de esquivar. El dolor recorre tu cuerpo. Y entonces te acuerdas, recuerdas que ya hace dos semanas que no está y que te da igual que en el fondo sepas que esa persona no era para ti porque de ser así seguiría aquí, contigo. Ya no está y tú te retuerces de la rabia. Es la sensación más parecida a la muerte en vida que has experimentado. Todavía le quieres y en algunos momentos del día se te sigue ocurriendo que sería buena idea llamarle y preguntarle que qué ha pasado, que todavía no te has conseguido enterar.

El día es una montaña escarpada por la que subes no sabes cómo, te sientes como en una ensoñación, en una especie de burbuja que parece que jamás va a reventar, pero tú deseas que estalle cuanto antes porque eso significará que ya has conseguido avanzar algo, aunque sea un pasito. Cuentas los días.


Así es más o menos cómo recuerdo esa etapa de mi vida en la que terminé una relación, y sé que si no hubiese sido por la literatura (y el deporte) no hubiese conseguido reconstruirme de la manera en que lo he hecho. Los libros nos hacen transitar con más calma esos lapsos de tiempo en los que la existencia nos parece un suplicio, en los que sentimos que no sabemos si vamos a saber ser a partir de ese momento o qué vamos a sacar en claro del trance por el que estamos pasando. Por eso quiero contaros qué libros leí durante esos meses complicados en los que me descubrí y conocí de una forma muy especial, de una manera de la que nunca antes había tenido oportunidad. Porque el dolor, si se sabe administrar, puede ser fuente de renacimiento y reconocimiento.

En los primeros instantes de shock, encontré navegando en internet un libro llamado La maestría del amor, de Miguel Ruíz. La calidad literaria de este libro es bajísima y se parece mucho a un manual de autoayuda. Yo era de las que siempre rechazaba este tipo de lectura por parecerme un vende humos, pero tengo que reconocer que leer este libro me reconfortó de una forma que no imaginaba. Me hizo darme cuenta de muchas cosas que estaban mal en mi relación y que no me gustaban, plantearme más y más preguntas. Se podría decir que este libro fue un kit de primeros auxilios.


«Poemas», E. Dickinson poetizando el amor y el desamor.

Recuerdo necesitar saber, necesitar entender. ¿Qué había pasado? ¿Por qué no había funcionado? ¿Qué habíamos hecho mal? Pero sobre todo, ¿cómo podría haber ido mejor? ¿cómo podía haberlo hecho mejor? Poco después entendí que aunque la respuesta a estas preguntas no me serviría para volver al pasado o retomar las cosas, sí me sería muy útil para reflexionar sobre los errores que no quería repetir con la próxima persona a la que quisiese, ni conmigo misma. Sabía que cometería otros distintos o incluso los mismos, porque soy humana, imperfecta y nunca dejo de aprender ni de cargarla, pero no de la misma forma.

Por este motivo empecé a interesarme por los sentimientos como concepto y decidí rebuscar ensayos que trataran este tema. Estaba muy perdida, no he leído muchos ensayos y menos de una temática tan poco "definida". En la biblioteca encontré El laberinto sentimental, de José Antonio Marina. Necesitaba teorizar sobre mis sentimientos para lograr entenderlos. Este libro aporta una visión muy general del tema, pero creo que en su momento me brindó consuelo saber que no era la única, que otras personas se habían sentido, se sienten y se sentirían igual que yo y que no era algo malo, solo cabía esperar y digerir poco a poco lo que había pasado.

Me obsesioné por entender un sentimiento tan complejo y anguloso como el amor, así que decidí leer El amante, de Marguerite Duras. Sinceramente, el libro no me gustó. Aunque siempre me recuerdo leyéndolo en un tren hacia Valencia; en una cafetería, tomando café sola; asistiendo a una charla con mi única compañía, algo que nunca antes había hecho y que a partir de ese momento, repetiría con mucho gusto. Asocio este libro al momento en el que recordé cómo era yo estando sola, viviendo la cotidianidad en soledad, haciendo cosas nuevas sin compañía. Ese momento provocó que escribiera un texto al que tengo mucho cariño.


«Poemas», E. Dickinson.
Siguiendo con esta línea, leí Amo luego existo: los filósofos y el amor, un ensayo de Manuel Cruz en el que comenta las ideas de algunos filósofos sobre el concepto de amor y cómo éste ha ido evolucionando a lo largo de los siglos, abriéndose y adaptándose al paso del tiempo. Me pareció un gran descubrimiento saber que el amor es un sentimiento sobre el que se puede reflexionar en el sentido más filosófico del término.

Por último, en un terreno más novelístico, no quiero dejar de mecionar una obra que me enganchó muchísimo y me alejó de mis fantasmas en los ratos en los que la leía: Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver. Esta novela me cortó la respiración, me capturó, me despegó del mundo real y solo por eso, ya le tengo un gran cariño. Este libro también habla del amor en un sentido mucho más amplio; el amor a los hijos, al padre de esos hijos, el amor a uno mismo.

Estos fueron algunos de los libros que me acompañaron cuando más lo necesitaba, cuando entendí que la literatura podía salvarnos.

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