Mentiría
si dijese que me ha gustado leer desde que tengo uso de razón. Nunca fui una
pequeña Matilda devoradora de libros con complejo de rata de biblioteca. Aunque
también estaría mintiendo si dijese que mis padres no me rodearon de libros desde
temprana edad. Estoy bastante segura de que no me gustaban los libros por la
acción misma de leer, sino por la idea que mi imaginario
dibujó del los lugares en los que habitan los libros. Por todo lo simbólico de
una habitación con estantes, por la atmósfera que solo los lugares repletos de
hojas encuadernadas consiguen crear.
Estoy
segura de que este amor mío por lo literario viene porque desde muy pequeña mi
madre me llevaba a la biblioteca de la ciudad donde, por circunstancias de la
vida y no por voluntad propia, todavía vivo. Era o es (ya que por fortuna para mí,
todavía existe) una biblioteca muy pequeña, mucho más que las que luego, con el
paso de los años y los periodos que he pasado en otros lugares, he visitado. Recuerdo entrar
en la sala de literatura juvenil llena de mesas negras bajitas y sillas de
madera diminutas en las que todos se sentaban a ojear cualquier cuento y los
adultos se ponían a la cola charlando a la espera de devolver sus libros.
Toda
esa parafernalia me procuraba un momento para observar la estancia como si
fuese un nuevo universo del que por alguna razón, yo no me acaba de sentir
partícipe. Sinceramente, no me gustaba leer mucho de pequeña. Más bien, al ver
que los demás lo hacían, yo les imitaba en un intento de integrarme en ese
ambiente que tanto me gustaba sin saber por qué. Porque, ¿qué sentido tiene ir
a una biblioteca si no te gusta leer? Pues debe tenerlo porque a mí me
encantaba. La biblioteca no era solo una habitación llena de baldas con libros,
era una ventana abierta a un nuevo espacio donde ocurrían muchas cosas y que
para mí ha ido cobrando más y más sentido con el paso de los años.
Después,
en la adolescencia, empecé a tontear con la imagen que proyecta la figura del
lector. Me gustaba pensarme a mí misma con un libro en la mano, aunque yo sabía
bien que no era una buena lectora ni había nacido siéndolo. Pero lo intentaba,
que conste. Leía por leer, pero leía, que ya es mucho. Puede que escogiese
libros que en un primer momento, no eran los mejores para iniciarse como lectora. Yo apostaba por los clásicos: leí a Carmen Laforet, a Carmen Martín
Gaite o a Mercé Rodoreda. Eran autoras que me recordaban a tiempos pasado (será
por aquello de que todo tiempo pasado fue mejor) y yo, a pesar de no ser
lectora de nacimiento ni espíritu, me empeñaba en leer títulos que a mis ojos y con un criterio cuestionable eran importantes. Se puede llegar a pensar que estas elecciones venían
condicionadas por un postureo adolescente insoportable, y puede que sí, es algo
que no negaré ni confirmaré nunca. Pero si resulta ser cierto, me veo en
condiciones de afirmar que este postureo me convirtió en la lectora que soy hoy
en día.
Una
lectora que disfruta leyendo, que ama los libros sin medida y que cuando quiere
conocer algo sabe que ellos le dirán todo aquello que quiere saber. Mi amor por
la literatura no nació como una cualidad inherente a mi persona, pero
pensándolo mejor, puede que sí porque si no… ¿a qué santo me esforcé tanto en amar
algo que en un primer momento me parecía aburrido y no creía que fuese para mí?
Llegados
a este punto y con 23 años, la literatura forma parte de lo que soy. Me conjuga,
me modela, me ayuda a pasar los malos tragos y a comprender mejor todo aquello
que me rodea, incluso mis propios sentimientos y vivencias. Me busco a mí misma
en los libros. Me gusta leer historias que me cuentan cosas sobre cómo soy, sobre cómo es la gente que me rodea o que todavía no conozco. A veces leo mucho, otras poco. Pero a
estas alturas he entendido que en menor o mayor medida la literatura es una
constante en mi existencia.
Quiero
que la motivación principal de este espacio sea hablar no solo de libros, sino
también de todo lo bueno que me aportan. Creo fervientemente que los libros
adquieren importancia para quien los lee si lo hace en el momento indicado. Y eso
es, en esencia, lo que quiero hacer en este blog, vincular la literatura con la
vida porque al fin y al cabo, son lo mismo.