viernes, 30 de diciembre de 2016

Mis libros favoritos del 2016

Puede que este sea el año en que más libros he leído de mi vida. Era uno de los propósitos de 2016 y lo termino satisfecha porque lo he cumplido. Según mi contador de Goodreads han sido 38, pero aquí he querido contaros qué me inspiraron estos libros, qué aprendí de ellos o por qué me han gustado tanto. El numerarlos no tiene que ver con que me gusten más o menos, siguen un orden aleatorio y si están en la lista es porque para mí, ha valido la pena leerlos.

Espero que os dé alguna idea de qué leer el próximo año y a ver si compartimos alguno. :3


1. Un libro que me hizo pensar en la suerte que tengo de estar viva.
El hombre cadáver, de Hideshi Hino. Editar por La Cúpula.

Este cómic o novela gráfica es una delicia. Es muy corto y se lee en media horita, pero su profundida y sus reflexiones me atraparon. El autor se inspiró en sus propias vivencias para escribirlo y habla de la enfermedad, del paso del tiempo, de los seres queridos, de cómo hay que aprovechar cada momento que estamos en este mundo. En definitiva, una joya.


2. Un libro con el que trasnoché porque no podía dejar de leer.
Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver. Editado por Anagrama Editores.

Esta ha sido la mejor novela que he leído este año. Me enganchó desde la primera página y llegó a mí en un momento en que necesitaba alejarme de mi propia vida.
La narradora es Eva, una mujer que ha criado a un hijo que ha resultado ser un asesino de un instituto de Estados Unidos y ya partiendo de esa base. que es de por sí una bomba, no hace más que mejorar.
Me asombró la profundidad de los personajes, la sinceridad de Eva a la hora de contar su terrible historia, la estructura de la narración, absolutamente todo. Es un libro duro pero lo he recomendado alguna vez y las opiniones eran bastante parecidas a mias. :)


3. Un libro sobre con el que me emocioné.
Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksievich. Editado por Debolsillo.

Svetlana Aleksievich no se merecía el premio Nobel, se merece un planeta con su nombre. Leerla fue una experiencia única. La autora pasó años recopilando testimonios de personas que vivieron el desastre de la central nuclear de Chernóbil y los plasmó en este libro de una manera que solo ella es capaz. La sensibilidad, la prosa magnífica que hacen de una desgracia una experiencia de otro mundo. Su prosa es durísima y uno debe esperar el momento adecuado para leerla, pero sin duda, en 2017, me acercaré otra vez a esta autora. Es brutal, un imprescidible.


4. El único libro con el que me he reído a carcajadas.
Sheila Levine está muerta y vive en Nueva York, de Gail Parent. Editado por Libros del Asteroide.

Leer a Sheila Levine es como estar viendo una serie. Me recordó muchísimo a Girls, a Sexo en Nueva York. No es por nada, ya que su autora fue guionista de las Chicas Gilmore. Nunca jamás un libro había conseguido que me riese muy alto, es algo muy difícil de conseguir y con él disfruté muchísimo, me alegró el verano.


5. Un libro con el que entendí lo difícil que es desprenderse de la educación que uno ha recibido.
Lamentaciones de un prepucio, de Shalom Auslander. Editado por Blackie Books.

Shalom Auslander pertenece a una familia judía hasta las trancas, pero desde bien pequeño reniega de la religión y de las normas. Me encantó este libro, cómo Auslander se dirige a ese ser superior del que reniega, cómo satiriza su drama personal y cómo me acercó a la tradición judía.


6. Un libro que me provocó repulsión y admiración a partes iguales.
Lolita, de Vladimir Nabokov. Editado por Anagrama.

Leer Lolita este año era para mí un hito personal. Me lo habían recomendado muchas veces y no me extraña. Es uno de los mejores libros que he leído a muchos niveles. La construcción de los personajes es magnífica y Nabokov me hizo vivir a través de Humbert y Lolita como casi ningún escritor ha conseguido. Me he enamorado de su forma de escribir y el 2017 quiero que sea el año Nabokov.


7. Un libro que no sé por qué, siempre recordaré.
El librero, de Roald Dahl. Editado por Nórdica Libros.

No sé por qué, tengo mucho cariño a este relato. No es que sea nada del otro mundo, pero para mí es como haber leído un cuento que perdurará en mi memoria siendo ya mayor. Me parece que Dahl cuenta esta historia con un cariño increíble, y no os mentiré, la preciosa edición a cargo de Nórdica Libros, ilustrada por Federico Delicado, tiene algo que ver.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Los libros que leí (y me salvaron) cuando lo dejamos

Son las ocho y media de la mañana, suena el despertador y te tienes que levantar. Sigues medio dormida, eso significa que todavía no eres capaz de recordar el motivo por el que ayer te dormiste nerviosa, preocupada y triste. De repente el mundo real cae ante tus ojos como una pesada losa, como un puñetazo que no eres capaz de esquivar. El dolor recorre tu cuerpo. Y entonces te acuerdas, recuerdas que ya hace dos semanas que no está y que te da igual que en el fondo sepas que esa persona no era para ti porque de ser así seguiría aquí, contigo. Ya no está y tú te retuerces de la rabia. Es la sensación más parecida a la muerte en vida que has experimentado. Todavía le quieres y en algunos momentos del día se te sigue ocurriendo que sería buena idea llamarle y preguntarle que qué ha pasado, que todavía no te has conseguido enterar.

El día es una montaña escarpada por la que subes no sabes cómo, te sientes como en una ensoñación, en una especie de burbuja que parece que jamás va a reventar, pero tú deseas que estalle cuanto antes porque eso significará que ya has conseguido avanzar algo, aunque sea un pasito. Cuentas los días.


Así es más o menos cómo recuerdo esa etapa de mi vida en la que terminé una relación, y sé que si no hubiese sido por la literatura (y el deporte) no hubiese conseguido reconstruirme de la manera en que lo he hecho. Los libros nos hacen transitar con más calma esos lapsos de tiempo en los que la existencia nos parece un suplicio, en los que sentimos que no sabemos si vamos a saber ser a partir de ese momento o qué vamos a sacar en claro del trance por el que estamos pasando. Por eso quiero contaros qué libros leí durante esos meses complicados en los que me descubrí y conocí de una forma muy especial, de una manera de la que nunca antes había tenido oportunidad. Porque el dolor, si se sabe administrar, puede ser fuente de renacimiento y reconocimiento.

En los primeros instantes de shock, encontré navegando en internet un libro llamado La maestría del amor, de Miguel Ruíz. La calidad literaria de este libro es bajísima y se parece mucho a un manual de autoayuda. Yo era de las que siempre rechazaba este tipo de lectura por parecerme un vende humos, pero tengo que reconocer que leer este libro me reconfortó de una forma que no imaginaba. Me hizo darme cuenta de muchas cosas que estaban mal en mi relación y que no me gustaban, plantearme más y más preguntas. Se podría decir que este libro fue un kit de primeros auxilios.


«Poemas», E. Dickinson poetizando el amor y el desamor.

Recuerdo necesitar saber, necesitar entender. ¿Qué había pasado? ¿Por qué no había funcionado? ¿Qué habíamos hecho mal? Pero sobre todo, ¿cómo podría haber ido mejor? ¿cómo podía haberlo hecho mejor? Poco después entendí que aunque la respuesta a estas preguntas no me serviría para volver al pasado o retomar las cosas, sí me sería muy útil para reflexionar sobre los errores que no quería repetir con la próxima persona a la que quisiese, ni conmigo misma. Sabía que cometería otros distintos o incluso los mismos, porque soy humana, imperfecta y nunca dejo de aprender ni de cargarla, pero no de la misma forma.

Por este motivo empecé a interesarme por los sentimientos como concepto y decidí rebuscar ensayos que trataran este tema. Estaba muy perdida, no he leído muchos ensayos y menos de una temática tan poco "definida". En la biblioteca encontré El laberinto sentimental, de José Antonio Marina. Necesitaba teorizar sobre mis sentimientos para lograr entenderlos. Este libro aporta una visión muy general del tema, pero creo que en su momento me brindó consuelo saber que no era la única, que otras personas se habían sentido, se sienten y se sentirían igual que yo y que no era algo malo, solo cabía esperar y digerir poco a poco lo que había pasado.

Me obsesioné por entender un sentimiento tan complejo y anguloso como el amor, así que decidí leer El amante, de Marguerite Duras. Sinceramente, el libro no me gustó. Aunque siempre me recuerdo leyéndolo en un tren hacia Valencia; en una cafetería, tomando café sola; asistiendo a una charla con mi única compañía, algo que nunca antes había hecho y que a partir de ese momento, repetiría con mucho gusto. Asocio este libro al momento en el que recordé cómo era yo estando sola, viviendo la cotidianidad en soledad, haciendo cosas nuevas sin compañía. Ese momento provocó que escribiera un texto al que tengo mucho cariño.


«Poemas», E. Dickinson.
Siguiendo con esta línea, leí Amo luego existo: los filósofos y el amor, un ensayo de Manuel Cruz en el que comenta las ideas de algunos filósofos sobre el concepto de amor y cómo éste ha ido evolucionando a lo largo de los siglos, abriéndose y adaptándose al paso del tiempo. Me pareció un gran descubrimiento saber que el amor es un sentimiento sobre el que se puede reflexionar en el sentido más filosófico del término.

Por último, en un terreno más novelístico, no quiero dejar de mecionar una obra que me enganchó muchísimo y me alejó de mis fantasmas en los ratos en los que la leía: Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver. Esta novela me cortó la respiración, me capturó, me despegó del mundo real y solo por eso, ya le tengo un gran cariño. Este libro también habla del amor en un sentido mucho más amplio; el amor a los hijos, al padre de esos hijos, el amor a uno mismo.

Estos fueron algunos de los libros que me acompañaron cuando más lo necesitaba, cuando entendí que la literatura podía salvarnos.

lunes, 8 de agosto de 2016

Shakespeare&Company: del mito a la realidad

Shakespeare&Company es uno de los templos literarios más famosos del planeta. En 1951, el americano George Whitman abrió en un edificio del siglo XVII (un antiguo convento) de la Rue de la Bûcherie de París una pequeña librería especializada en literatura anglosajona. Aunque mucho antes, en 1919, ya existió un Shakespeare&Co, el de Sylvia Beach, a la que Whitman quiso homenajear llamando a su nuevo establecimiento con este mismo nombre. El Shakespeare&Co de Sylvia Beach fue el de Hemingway, Joyce o Fitzerald. El de Whitman es el de Martin Amis, Ginsberg o Cortázar.

Escenario de algunas películas como Midnight in Paris. Aquí, Hawke y Delpy molando mucho en Before Sunset, segunda peli de la trilogía Before. Altamente recomendables. 

Historias y curiosidades del lugar a parte, que tiene muchas y se pueden encontrar todas en su web, he visitado esta librería en dos ocasiones. París es la ciudad de la literatura por excelencia, casi en cualquiera de sus calles se puede encontrar una librería, la mayoría de ellas, muy especiales y únicas, cargadas de historias e historia.

Esta pequeña librería a orillas del Sena ha sido el refugio de muchísimos jóvenes escritores a los que se les daba cobijo a cambio de trabajar unas cuantas horas vendiendo o colocando libros, posibilidad que todavía sigue brindando a los espíritus curiosos que quieran adentrarse en el universo paralelo que es este rincón legendario de la urbe.


Shakeaspeare&Co se ha convertido en un lugar de peregrinaje para aquellos que aman los libros. He viajado a París en dos ocasiones y las dos veces la he visitado acompañada de personas diferentes, en épocas de mi vida distintas.

Recuerdo que la primera vez era verano, hacía mucho calor y nos costó mucho encontrarla a pesar de no estar en un lugar del todo escondido. Tratándose de uno de los santuarios literarios de Europa, no esperas que sea tan pequeño. La fachada, de color verde, está adornada con un letrero que reza Shakespeare and Company y una fotografía de su máxima inspiración, el dramaturgo inglés más famosos de todos los tiempos.


El lugar está plagado de gente. Me imagino cómo fue en su día y cómo es ahora y entiendo que la esencia no es la misma, aunque ese recuerdo pasado sea la principal fuente de motivación para quien la visita.

En la calle hay estantes con libros de segunda mano que los visitantes ojean. En mi segunda visita es invierno y un chico y una chica cantan canciones con una guitarra. La escena está adorna con unas bombillas blancas que decoran la calle. El ambiente es festivo y la gente está tan emocionada como nosotras.

Dentro, la librería está abarrotada de libros. Los pasillos son estrechos y la gente se agolpa mientras mira los estantes. En cada esquina, hay un detalle que recuerda a tiempos pasados, cuando el lugar no era famoso y los escritores lo visitaban con asiduidad. Cuadros, fotografías enmarcadas, notas que dejan los visitantes sobre un muro, mensajes poéticos en las paredes, lámparas antiguas que cuelgan del techo y máquinas de escribir. El espacio es pequeño, pero está aprovechado al máximo. La librería parece un decorado en el que cada objeto está colocado con premeditación.


Explorando sus pasillos, uno siente que camina por un plano en miniatura de la ciudad de la luz, como si formase parte de algo muy grande e importante, sintiéndose al mismo tiempo insignificante rodeado de tanta grandeza, de la esencia de unos personajes que han conformado la literatura tal y como hoy la conocemos.

En el piso de arriba, después de subir unos escalones muy transitados por los que solo cabe una persona, hay una habitación con bancos pegados a los estantes de las paredes, porque en esta librería no hay ni un solo muro que no esté forrado con libros y, enfrente, una ventana grande con unas vistas increíbles de Notre Dame y el Sena.

Notre Dame y Allen Ginsberg te miran desde la ventana.

En la habitación todo está en silencio y los turistas, que se adivinan gracias a las gafas de sol apoyadas sobre la cabeza y las cámaras colgadas en el cuello, leen sus libros callados. En esta librería se puede oler el postureo desde el minuto uno. Se ha convertido en un enclave turístico y se intuye en la actitud de sus visitantes que, quizá, al estar en el mismo espacio que ocupan todos esos escritores, quieren sentirse más en consonancia con el ambiente que se respira. La visita pasa a ser un teatro y la actitud un conjunto de gestos estudiados y medidos, una escenificación que se debe prolongar hasta que uno vuelve a pisar el mundo real.

Los turistas compran libros y merchandaising como locos y nosotras, que no queremos pensar en el qué dirán o pensarán, compramos una bolsa de tela para recordar este día para siempre, para sentirnos partícipes de lo que está pasando allí dentro. Cuando uno entra en este tipo de lugares, se olvida por un instante de que todo está rodeado de esa aura de ficción, de los prejuicios que sabe que tendrá tiempo después.


Aprovechando el tirón, Shakespeare&Co ha abierto en la misma calle una cafetería y además, sigue siendo una librería de referencia en cuanto a presentaciones de nuevas obras de escritores reconocidos, organiza teatros y muchas otras actividades. ¡Visitadla si tenéis oportunidad!


Todas las fotos son de mi querida Raquel López (@chicapop19 en instagram) que me acompaño en mi segunda visita y hace unas fotos preciosas.

viernes, 5 de agosto de 2016

Cosas que aprendí sobre la creatividad leyendo a Austin Kleon

La creatividad es un concepto con el que he estado en continuo conflicto desde pequeña. Nunca me he considerado una persona creativa, pero con los años me he dado cuenta de que no se trataba de mí, de que el problema no era mío ni iba conmigo, sino que era cosa del resto, de cómo se entiende la vida ahí fuera.

La realidad del asunto es que he sido, hemos sido y somos educados para creer que no somos seres creativos, ni tan siquiera planteárnoslo. Nos ha enseñado a pensar que de la creatividad no se puede vivir, que trabajar y ganarte la vida con lo que te gusta es una ensoñación, un delirio de juventud, de inmadurez. Y los hemos interiorizado muy bien. Nos lo creemos, nos tragamos el cuento hasta el punto en que nos convertimos en personas inseguras e incapaces que piensan que lo que hacen y son no es lo suficientemente bueno para mostrarlo al mundo, que no podemos aportar nada nuevo.

No nos enseñan a estimular nuestra faceta creativa y, como consecuencia, no sabemos que se basa en un proceso que todo ser humano puede llevar a cabo si se lo propone. Entendemos la creatividad como una cualidad innata que viene de nacimiento, algo de lo que solo son merecedores unos pocos privilegiados. Illuminati a los que la inspiración atraviesa como un rayo de luz que los posee, cuando en realidad, la inspiración y la creatividad son procesos largos y trabajosos que se dan gracias al esfuerzo continuo y al empeño diario.


Paciencia.

Nos han hecho creer que todo lo que aprendemos debe tener una aplicación práctica inmediata y se valoran los conocimientos técnicos por encima de la capacidad de improvisación, de imaginar, de soñar. Aunque, la verdad es que no existirían conocimientos técnicos si no fuese porque alguien, algún día, en algún momento, los imaginó, creyó en sí mismo y se puso manos a la obra.

Soy una persona con metas y sueños, como cualquiera, pero lo que está claro y he ido viendo a lo largo de los años es que en esta sociedad hay opciones de vida que están aceptadas y normalizadas, mientras que otras se califican de locura. Probad a observar vuestro entorno, a escuchar las conversaciones de la gente que os rodea, incluso a vosotros mismos. La gente ve perfectamente realizable y normal que alguien se quiera dedicar a la medicina, a la abogacía o a la ingeniería, pero solo tenemos que observar las reacciones que debe soportar cualquiera que tenga claro que quiere dedicar su vida a una profesión con tintes artísticos (sea la que sea). Nos sentimos cómodos en la seguridad, en la normalidad, en lo correcto y aceptado. Cualquier novedad o salida de la norma causa miedo y desconfianza. Y ojo, que no digo que una profesión más "normalizada" o "aceptada" no pueda ser sometida a la innovación.

Siempre me ha gustado escribir, lo hago desde pequeña. A los 23 años y después de diferentes intentos y equivocaciones (que a veces pienso que hubiesen sido menos numerosas si el sistema educativo fuese distinto), empiezo a conocerme, a mirar dentro de mí, a saber hacia dónde quiero encaminar mi vida y a entender que la creatividad es una herramienta necesaria en cualquier profesión, ya que sin ella, sería imposible el surgimiento de nuevas iniciativas y proyectos.

En mi búsqueda y entendimiento de este maravilloso concepto me he encontrado por casualidad con este libro de Austin Kleon: Aprende a promocionar tu trabajo. 10 recursos para artistas, diseñadores y creativos. Kleon indaga sobre cómo podemos promocionar nuestro trabajo, cómo podemos dar a conocer nuestro progreso sin que nuestro público acabe odiándonos, cómo hacer nacer las ideas y sobre todo, cómo no rendirnos en el intento.

La creatividad es un proceso infinito.

De este librito, con una preciosa edición que corre a cargo de la editorial Gustavo Gili, he extraído ideas que, a simple vista, parecen muy lógicas y básicas, pero que al verlas escritas me han mostrado un mar de posibilidades y lecciones imprescindibles y preciosas. A veces pienso que tú no encuentras a los libros, sino que ellos te encuentran a ti.

Aquí os dejo algunos puntos que he encontrado interesantes y que creo que pueden servir de pretexto para que os animéis a leer esta obra tan especial.

1. Todos tenemos nuestra faceta creativa y somos capaces de idear conceptos nuevos e increíbles. Y no dejéis que os digan lo contrario.

2. El trabajo creativo es un proceso sin fin.

3. Comparte tu trabajo. No seas egoísta, enseña lo que sabes hacer.

4. Crea redes de gente que se dedique a lo mismo que tú, conversa con gente con tus mismos gustos. Aliméntate de los demás. Ellos aprenden de ti y tú de ellos. Búscalos en los lugares adecuados.

El ciclo de la gente que mola.

5. Comparte tus gustos para darte a conocer e inspirar tu propio trabajo.

6. Al espectador le interesa saber cómo creas, cómo llevas a cabo el proceso, incluso más que el producto final.

7. El público conecta con el fallo, el intento y la frustración. No olvides que son seres humanos que también se equivocan y que ya no se lleva eso de concebir al artista como un ente todopoderoso y perfecto.

8. Cuenta historias personales, que te toquen, que te importen. Quien se interesa por lo que haces quiere sentirse identificado con lo que creas. Conecta con la gente.


¡Espabila! No vas a estar aquí para siempre.

9. Nunca creas que sabes demasiado. Nunca se aprende lo suficiente.

Estas son solo algunas de las ideas que me han parecido más interesantes y que he ido anotando mientras leía, pero hay muchas más dentro que os animo a que descubráis.

lunes, 11 de julio de 2016

Soñé que era Caitlin Moran

Soñé que era Caitlin Moran. Soñé que era una mujer. Vivía en Inglaterra. Que podía ser mujer. Que era mujer.  Soñé que escribía. Mientras soñaba escribía. Una novela. Un texto que se leía con claridad en mi mente. Si en ese momento alguien hubiese visto mi cara hubiese podido pronunciar todas y cada una de las palabras que se dibujaban en mi mente, una a una. Soñé que escribía sobre feminismo, sobre ser mujer. Que escribía lo que de verdad quería explicarle al mundo. Soñé que era una chica, que escribía sobre mis preocupaciones, sobre las cosas que pienso y no digo. Soñé que escribía sobre la verdad. Que escribía sobre lo que soy. Que me alejaba de los prejuicios, de los miedos, del terror a la ofensa, a que mi madre leyese las palabras “masturbación”, “sexo” o “dolor” transportadas a través de la punta de mis dedos al teclear, surgidas de lo más hondo de mis neuronas. Soñé que así es que como debería sentirme al escribir: libre, segura, sola. Soñé que podía hablar de lo que me gustaba aunque no supiese tanto sobre ello como otras personas. Que podía hablar de feminismo sin ser Virginia Woolf, sin ser Beauvoir, sin contarlo en internet. Que podía hacer literatura sin ser Hemingway, sin ser Kafka, sin ser todos los demás. Sin ser Caitlin Moran. Porque al dejar lo que estaba haciendo. Al dejar de escribir y mirar en el espejo. Ahí estaba. Era ella. No era el resto. Nadie que no hubiese visto antes. Tampoco alguien nuevo. Era yo. Nadie más. Soñé que era yo y que podía escribir en libertad, desde y para mí, sin pensar en los demás. 

martes, 24 de mayo de 2016

La literatura y la vida son lo mismo

Mentiría si dijese que me ha gustado leer desde que tengo uso de razón. Nunca fui una pequeña Matilda devoradora de libros con complejo de rata de biblioteca. Aunque también estaría mintiendo si dijese que mis padres no me rodearon de libros desde temprana edad. Estoy bastante segura de que no me gustaban los libros por la acción misma de leer, sino por la idea que mi imaginario dibujó del los lugares en los que habitan los libros. Por todo lo simbólico de una habitación con estantes, por la atmósfera que solo los lugares repletos de hojas encuadernadas consiguen crear.

Estoy segura de que este amor mío por lo literario viene porque desde muy pequeña mi madre me llevaba a la biblioteca de la ciudad donde, por circunstancias de la vida y no por voluntad propia, todavía vivo. Era o es (ya que por fortuna para mí, todavía existe) una biblioteca muy pequeña, mucho más que las que luego, con el paso de los años y los periodos que he pasado en otros lugares, he visitado. Recuerdo entrar en la sala de literatura juvenil llena de mesas negras bajitas y sillas de madera diminutas en las que todos se sentaban a ojear cualquier cuento y los adultos se ponían a la cola charlando a la espera de devolver sus libros.

Toda esa parafernalia me procuraba un momento para observar la estancia como si fuese un nuevo universo del que por alguna razón, yo no me acaba de sentir partícipe. Sinceramente, no me gustaba leer mucho de pequeña. Más bien, al ver que los demás lo hacían, yo les imitaba en un intento de integrarme en ese ambiente que tanto me gustaba sin saber por qué. Porque, ¿qué sentido tiene ir a una biblioteca si no te gusta leer? Pues debe tenerlo porque a mí me encantaba. La biblioteca no era solo una habitación llena de baldas con libros, era una ventana abierta a un nuevo espacio donde ocurrían muchas cosas y que para mí ha ido cobrando más y más sentido con el paso de los años.

Después, en la adolescencia, empecé a tontear con la imagen que proyecta la figura del lector. Me gustaba pensarme a mí misma con un libro en la mano, aunque yo sabía bien que no era una buena lectora ni había nacido siéndolo. Pero lo intentaba, que conste. Leía por leer, pero leía, que ya es mucho. Puede que escogiese libros que en un primer momento, no eran los mejores para iniciarse como lectora. Yo apostaba por los clásicos: leí a Carmen Laforet, a Carmen Martín Gaite o a Mercé Rodoreda. Eran autoras que me recordaban a tiempos pasado (será por aquello de que todo tiempo pasado fue mejor) y yo, a pesar de no ser lectora de nacimiento ni espíritu, me empeñaba en leer títulos que a mis ojos y con un criterio cuestionable eran importantes. Se puede llegar a pensar que estas elecciones venían condicionadas por un postureo adolescente insoportable, y puede que sí, es algo que no negaré ni confirmaré nunca. Pero si resulta ser cierto, me veo en condiciones de afirmar que este postureo me convirtió en la lectora que soy hoy en día.

Una lectora que disfruta leyendo, que ama los libros sin medida y que cuando quiere conocer algo sabe que ellos le dirán todo aquello que quiere saber. Mi amor por la literatura no nació como una cualidad inherente a mi persona, pero pensándolo mejor, puede que sí porque si no… ¿a qué santo me esforcé tanto en amar algo que en un primer momento me parecía aburrido y no creía que fuese para mí?

Llegados a este punto y con 23 años, la literatura forma parte de lo que soy. Me conjuga, me modela, me ayuda a pasar los malos tragos y a comprender mejor todo aquello que me rodea, incluso mis propios sentimientos y vivencias. Me busco a mí misma en los libros. Me gusta leer historias que me cuentan cosas sobre cómo soy, sobre cómo es la gente que me rodea o que todavía no conozco. A veces leo mucho, otras poco. Pero a estas alturas he entendido que en menor o mayor medida la literatura es una constante en mi existencia.

Quiero que la motivación principal de este espacio sea hablar no solo de libros, sino también de todo lo bueno que me aportan. Creo fervientemente que los libros adquieren importancia para quien los lee si lo hace en el momento indicado. Y eso es, en esencia, lo que quiero hacer en este blog, vincular la literatura con la vida porque al fin y al cabo, son lo mismo.