viernes, 2 de junio de 2017

por qué una cámara instantánea ha sido mi mejor regalo de cumpleaños

Si hay algo que llega a mí en época de exámenes es la inspiración divina. Durante estas semanas, mi cerebro renuncia a asimilar conceptos útiles para iniciarse en una vorágine creativa que me convierte en un ser lleno de ideas e imaginación que necesitan ser expresadas a la de ya (justo cuando menos tiempo tengo), algo que, por supuesto, apenas ocurre el resto del año. Y estoy segura de que a vosotres os pasa lo mismo.

Por eso no quiero dejar pasar este ataque de motivación y aprovecho un ratito entre apunte y práctica para contaros mi experiencia con el que, contra todo pronóstico, ha sido uno de los mejores regalos de cumple de todos los tiempos (o un sponsor de mis santos padres).

Es ella. Una cámara instantánea. La fujifilm instax mini 8. La habréis visto mil veces en muchos colores pastel muy cuquis porque se puso de moda hace un tiempo e invadió instagram.

La cámara es bonita, pero la funda no se queda corta.

Sobre el funcionamiento, no os voy a explicar nada que no esté contado ya en el internet. Antes de comprarla vi decenas (y no exagero) de tutoriales y unboxings, así que simplemente diré que es muy fácil de usar, pero que hay que pillarle el truco. Es lo que tiene la fotografía analógica, tienes que echar muchas fotos reguleras para conseguir saber desde qué distancia enfocar, en qué modo configurar la cámara, etc. ¿Pero a caso no es este uno de los encantos de este tipo de fotografía?


Al principio me resistí a comprarla, le encontraba poca utilidad práctica y pensé que era un capricho pasajero y que a duras penas la utilizaría; el precio del papel también me frenaba. Pero entonces pensé que la practicidad y la utilidad son conceptos que se cotizan demasiado al alza en este mundo moderno en el que vivimos y que por qué no invertir en un objeto que me proporcionara otro tipo de satisfacciones.

Me explico: las cámara digitales están muy bien; nos permiten disparar cientos de fotos de un mismo instante, elegir, contrastar, retocar, pero tampoco podemos negar que esas facilidades hacen que seamos menos selectivos con lo que plasmamos, que disparemos sin detenernos a pensar lo que tenemos delante y si vale la pena guardarlo en nuestras memorias electrónicas. La fotografía analógica es diferente: solo te permite una oportunidad, te obliga a mirar con otros ojos tu alrededor y a seleccionar la imagen que quieres que se quede impregnada en el papel para siempre. Además, me perdonaréis, pero los colores de la analógica (y en concreto, de una cámara instantánea) nada tienen que ver con los píxeles; son mucho más intensos y a la vez difuminados y por ende, difíciles de describir.

No es una playa del Caribe.

La nostalgia es otro de los motivos por los que adoro haber comprado esta cámara. Cada vez que veo las fotos que he ido haciendo con el tiempo recuerdo el instante en el que las tomé y sobre todo, el motivo que me llevó a ello. El pasado es más bonito en polaroid (con el permiso de Polaroid™). 


La fotografía digital se ciñe más al patrón de la realidad del ojo humano, pero lo analógico tiene ese aura mágica y un poco irreal que ensalza cualquier momento que captures. Además, que salir con alguien a tomar fotos une mucho.

Sonará cursi, pero me imagino a lo largo de los años mirando las fotos que he ido haciendo y los buenos recuerdos que me traerán.

P♥.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Somos como aquellas mujeres. Solterona: La construcción de una vida propia

Si hay algo que me gusta de un libro es que me ayude a entender qué pasa en mi cabeza, a encontrar respuestas o indicios en sus páginas. Se suele pensar los libros tienen como objeto despegar a quien los lee del mundo real, aunque yo creo que la acción misma de leer es una puerta abierta a la realidad, a los pensamientos, y en este caso en concreto, a los nuestros, los de las mujeres.




Leer literatura feminista sirve para entender la inmesidad del imaginario femenino y en consecuencia, tu pequeña individualidad, para saber que no eres a la única a la que se le han pasado por la cabeza esas cosas, que no estás sola, que hay millones de mujeres ahí fuera que no se sienten cómodas con lo que les han enseñado desde pequeñas y necesitan explorar nuevas formas de entender su independecia, su relación con aquello que las rodea o por qué nacer con vagina implica tener que soportar que nos impongan un estilo de vida que no encaja con nosotras.

A medida que crezco y me veo envuelta en situaciones distintas, me doy cuenta de que mi concepción de las cosas cambia radicalmente, que ya no me enfrento a la vida de la misma forma, que cada año pasado me siento una persona nueva y distinta, que reiventarse es una cuestión de necesidad si quiero vivir mejor y más tranquila. Y así es como creo que Kate Bolick ha querido que sus lectoras se sientan mientras escribía este libro, lo que ha pretendido cuando vertía sus ideas en él y lo que ella ha vivido para luego contarlo en estas páginas. En definitiva, nos ha brindado la posibilidad de descubrir, como ella misma lo hizo, un relato que nos haga más autoconscientes de nuestras necesidades y nos anime a lanzarnos a la piscina para satisfacer nuestros deseos.


«Naces, creces, te casas... ¿y su no fuera así? 
¿Y si una chica creciera igual que ellos, con el matrimonio como una idea abstracta y de futuro, algo sobre lo que pensar cuando sea adulta, que podría hacer o no hacer?
¿Qué pasaría?».


Kate Bolick ha escrito un ensayo muy documentado sobre la soltería, pero lo que me gusta de su narración es que la base de la misma no son los datos o los hechos ajenos a ella, sino el propio relato de su experiencia en el amor y su deseo de soledad unidos a la información que ha ido obteniendo a lo largo de los años. La necesidad de escribir sobre este tema surgió del descubrimiento de sus cinco despertadoras: cinco mujeres que decidieron vivir su vida como deseaban sin ceñirse a los esteriotipos de su tiempo, rompiendo las convenciones establecidas y siguiendo el ejemplo de muchas mujeres que en el anonimato rompieron con todo. Estas cinco despertadoras, junto con las vivencias de la autora, son el hilo conductor de este ensayo.


«12 de noviembre de 1995: Un domingo perfecto para mis deseos de solterona: he leído todo el día y me he echado dos siestas.»


La autora reelabora el concepto de solterona, lo reividica como una posibilidad real para todas las mujeres adaptándolo a la situación individual de cada una de ellas y reivindica la soledad: la soledad de la soltería y también la soledad en pareja.


«Nunca en mi vida he estado sola. Quiero decir, verdaderamente sola, dependiendo solo de mí misma durante un periodo de tiempo considerable. por supuesto que era independiente: la independencia era el derecho por nacimiento de mi generación. Pero en todas mis ideas y venidas me habían cuidado, escuchado, acompañado, mimado, fueran padres o novios: en esencia, había vivido la vida de una niña».


Solterona ha sido un viaje duro que en algunos momentos se me ha hecho pesado. Aunque a parte de las ganas que tengo de mudarme a Nueva York, conseguir un trabajo de editora y vivir en un apartamento en Manhattan perfectamente decorado pero sin lavadora (a riesgo de morir de hambre), después de leer este libro esos picos de lucidez en los que Bolick tocaba mis más actuales preocupaciones han hecho que la inversión valiese la pena.


«Dime, ¿qué pretendes hacer
con esta vida tuya, única, salvaje y preciosa?».


Lo que está claro es que Kate Bolick se ha implicado en cuerpo y alma en el proceso de escritura de este libro, que se ha desnudado sin tapujos y eso es algo que me fascina encontrarme.